4 de agosto de 2020. En sólo 37 segundos, más de 2.700 toneladas de nitrato de amonio (un componente químico que en ocasiones se usa para fabricar explosivos) explotaron en un edificio en el puerto de Beirut.
“Nuestro Hiroshima, fue peor que una guerra porque se llevó todo de golpe”, así describe lo que sucedió una superviviente que perdió su casa aquel día de verano. Como ella, muchos de los que fueron testigos de la explosión y vieron la enorme nueve en el cielo en forma de hongo pensaron inmediatamente que se trataba de una bomba nuclear. Gracias a Dios no fue así, pero la detonación causó 202 muertos y 6.500 heridos. 300.000 familias se quedaron en menos de un minuto sin hogar.
Nuestros amigos maronitas cuentan que Beirut se convirtió en una ciudad de proporciones apocalípticas. Casi la mitad de la capital libanesa saltó por los aires. La explosión destrozó parte de la costa y dejó un cráter de 140 metros de diámetro. Su ruido se oyó hasta en Chipre, a 240 kilómetros de distancia.
Las imágenes dieron la vuelta al mundo. Ni un solo edificio a 2 kilómetros de epicentro sostuvo sus cristales por los efectos de la onda expansiva. 90 casas fueron dañadas, el 90% de todos los hoteles destruidos y 3 hospitales prácticamente inservibles.
La explosión afectó de lleno al distrito de Ashrafieh, que significa “el monte de olivos” y que se trata de un barrio humilde y totalmente cristiano. Está muy cerca del puerto y allí se asentaron antaño emigrantes y trabajadores cristianos que bajaron de las montañas del Líbano para buscar una vida mejor.
“El 10% de la población de este barrio se ha ido porque no pueden ya habitar en sus casas. No puedo hacer nada para detenerles porque no puedo darles seguridad que es lo que quieren. Los que tienen dinero y pasaporte extranjero se van, pero los pobres moriremos aquí”, afirma el padre Nicolás Riachy, párroco de la iglesia del Salvador.
Esta iglesia greco-melquita se encuentra muy cerca de la zona cero de la explosión y todo el techo se levantó el 4 de agosto. Se trata de una de los templos situados en este barrio cristiano que ACN tiene previsto reconstruir. Como esta antigua iglesia y hasta 7 templos y edificios de la iglesia más.
Las iglesias de este distrito de Asharafieh, uno de los más antiguos de Beirut, son un orgullo para las familias cristianas. El símbolo de su fe, el lugar de encuentro para ellos, la grandeza de su identidad, la esperanza para seguir viviendo en Líbano ante la crisis. Por ello, es fundamental levantar sus iglesias.
Símbolos de esperanza
El párroco Nicolás Riachy explica mientras supervisa las labores de limpieza que en la entrada todavía hay cristales esparcidos y marcos de ventanas reventados. “A los que quieren quedarse debemos darle una esperanza, nuestra misión es dar una luz en la oscuridad que estamos viviendo. No hay cristiandad sin cruz”, afirma.
Su iglesia tiene gran valor histórico, fue construido en 1890 y está situado en un lugar muy simbólico porque limita con barrios no cristianos. “Somos una especie de puerta de entrada al barrio cristiano”, dice contento. Ahora la Iglesia de San Salvador necesita un nuevo techo y arreglar una gran grieta para que la estructura no se venga abajo.
De igual manera, la catedral Maronita de San Jorge resultó muy dañada por la explosión. Al día siguiente de la tragedia fue impresionante ver un grupo de jóvenes voluntarios que acudieron a recoger los cristales y los destrozos de su iglesia. Con escobas y bolsas fueron limpiando lo que pudieron. También acudieron rápidamente expertos ingenieros y arquitectos de manera voluntaria para empezar a analizar los daños: el tejado, todas las ventanas, puertas, puertas electricidad…
En la Catedral de San Jorge se celebran todas las misas oficiales de la sede maronita y es sin duda el símbolo de la presencia histórica de la Iglesia católica en la capital y su expansión por todo el Líbano.
El arzobispo maronita de Beirut, Monseñor Abdel Sater, recuerda que por la caída de los cristales tras la explosión un sacerdote mayor sufrió heridas en la cara y un empleado de la sede arzobispal perdió la vida y otro fue lanzado a cuatro metros de donde estaba. El pobre quedó aprisionado bajo la gran puerta de la sede con las costillas y el cráneo rotos, pero está vivo.
Él y su pueblo sigue preguntándose: “¿Por qué ha sucedido esto? ¿Quién lo hizo? Queremos saber la verdad (de la explosión) especialmente aquellos que han perdido a sus seres queridos”. Esta cuestión sigue muy latente entre los cristianos de Beirut. Meses después hay quien no puede entender cómo tal cantidad de nitrato de amonio llevaba desde 2014 almacenado sin ningún tipo de protección y cuidado.
“Es el momento de estar aquí”
Las siete religiosas de la congregación Hijas de la Caridad viven en su casa provincial que han pedido ayuda para restaurarla. De nuevo el tejado, las puertas, las ventanas, las instalaciones eléctricas… su edificio de más de 70 años resistió lo que pudo. Las hermanas, sin embargo, con la explosión no se vinieron abajo. Sor Josephine afirma: “es ahora justo el momento de estar aquí. Es la hora de acompañar a nuestro pueblo, aquí todos y cada uno tienen un problema”. Viven en su casa medio destrozada, que también sirve para la formación de las novicias de la provincia y trabajan en 2 colegios, un centro social, dan catequesis y atienen en un centro de protección maternal e infantil.
Cerca de la zona portuaria, varios hospitales fueron impactados. Lo terrible no fue los daños materiales, sino la salud de los enfermos ingresados. Uno de ellos es el que dirigen las religiosas “Hermanas del Rosario”. Un edificio en cuya última planta, en el noveno piso, está ocupado por su convento. Así las hermanas están siempre presentes ante cualquier urgencia de sus pacientes.
“Nuestro hospital fue fuertemente sacudido. Lloré y lloré, pero una voz en mi interior me decía: Soy Dios y no te voy a dejar nunca solo”, afirma todavía conmocionada una de las religiosas. Aquel día tuvieron que evacuar a todos los pacientes junto con las enfermeras.
Su convento constaba de 10 habitaciones una pequeña capilla y una cocina. La capilla está en el primer piso. La explosión hizo prácticamente inutilizable su convento. Si no se repara, ellas no estarán en el mismo edificio que el hospital y no podrán dar aliento a los enfermos. “Cuando acabamos nuestro trabajo, subimos a nuestra planta, pero seguimos pendientes de nuestros pobres enfermos hasta media noche con nuestras enfermeras. Nos llaman para emergencias. La presencia de las hermanas es la presencia de Dios en sus vidas. Ayúdennos para estar aquí y no tener que dejar esta área y a esta pobre gente”.