ACN.- De los seis millones de habitantes que tiene actualmente Líbano, dos son refugiados. Y a ellos, sin duda, la crisis y la pandemia del Coronavirus les afecta sobremanera. Nos lo cuentan los religiosos, sacerdotes y patriarcas de la Iglesia greco-melquita católica. ¿Qué sería de miles y miles de personas sin el auxilio de esta Iglesia volcada en los que más lo necesitan? ¿Y qué sería de la Iglesia local sin el soporte de personas tan generosas como tú, a través de instituciones como Ayuda a la Iglesia Necesitada?
Desde 2015, ACN financia, entre otros, el comedor de San Juan el Misericordioso, en Zahle, frontera con Siria. Cada día, mil personas reciben allí una comida caliente. Muchos son refugiados sirios pero cada vez acuden más libaneses. La mayoría van al comedor para recoger la comida, y a los discapacitados o enfermos, se les lleva a sus casas donde, además del alimento, reciben consuelo espiritual y atención humana. Ahora, es muy necesario seguir manteniendo esta ayuda. ¡Ojalá podamos contar contigo!
También fue la Iglesia la que en Beirut distribuyó cajas de comida a 5.880 familias de los barrios cristianos y más damnificados por la tragedia del pasado verano, que financió Ayuda a la Iglesia Necesitada, gracias a la caridad de sus benefactores.
En Beirut, cada día centenares de personas hacen cola frente al dispensario médico del barrio de Nabaa que, debido a la crisis, ha pasado de servir 250 comidas calientes al día, a 1.200 raciones. La hermana Marie Justine el Osta, de las Hermanas Maronitas de la Sagrada Familia y directora del dispensario, dice: “Hemos llegado a una situación en Líbano en que la clase media se ha empobrecido y los pobres se han vuelto aún más pobres”. Sin embargo, esta pequeña y enérgica religiosa de 72 años sigue ofreciendo una alentadora sonrisa a todos aquellos a los que sirve: “Mi fuerza viene solo de Dios. Nuestra misión es estar al lado de la gente, levantarles e infundirles positivismo y esperanza. Decirles que Dios está con nosotros, que vendrán días mejores”.
Maguy, madre de cuatro hijos, acude al dispensario cada día: “Es algo que nunca pensé que haría, pero llegué al punto de no querer ver a mis hijos morir de hambre. Las religiosas y todos aquí me hacen sentir tan acogida… Dios las bendiga por todo lo que están haciendo”.
“En este país vivimos al día porque no sabemos qué pasará mañana. Sin embargo, Dios siempre nos ayuda. Nos estamos acercando a una situación de hambruna porque los productos se están encareciendo mucho y la gente no va a tener dinero para comprar”, advierte. “Necesitamos un milagro”.